«Entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras.» (Lucas 24.45)
«Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón.» (Juan 12.40)
«Y el Señor abrió el corazón de ella.» (Hechos 16.14)
«Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira.» (2 Tesalonicenses 2.11)
Estas afirmaciones no se refieren a los profetas que fueron usados como portavoces de Dios, sino a creyentes comunes y corrientes o aquellos que habían rechazado la Verdad. Tampoco se refieren a personas que poseían los dones del Espíritu Santo. Tales dones sólo fueron otorgados a los creyentes comenzando 50 días después de la crucifixión y finalizando durante el primer siglo cristiano. De los cuatro versículos arriba citados, dos se refieren a incrédulos, uno alude a un incidente que ocurrió el día en que Cristo resucitó de entre los muertos, y otro describe a una mujer antes de que fuera bautizada.
Antiguo Testamento y Nuevo Testamento
Aunque los cuatro versículos que se han citado son del Nuevo Testamento, esta clase de lenguaje bíblico a menudo se encuentra también en el Antiguo. «Jehová endureció el corazón de Faraón» (Éxodo 9.12); «le mudó Dios su corazón» (1 Samuel 10.9); «Inclina mi corazón a tus testimonios, y no a la avaricia» (Salmos 119.36) son tres de los muchos versículos del Antiguo Testamento que se refieren a la acción directa de Dios sobre las mentes de diferentes personas.
Dos conclusiones falsas
Sería claramente erróneo suponer que solamente los cristianos experimentan la acción directa de Dios sobre sus mentes. Así como estos pasajes del Antiguo Testamento lo demuestran, Dios actuaba sobre las mentes de las personas mucho antes de que Jesucristo iniciara su ministerio. A más de esto, tres de los siete versículos ya citados no aluden a personas que temían a Dios.
La segunda conclusión falsa a la que se podría llegar sería suponer que Dios lo hace todo y que nosotros no tenemos que hacer nada. Muchos pentecostalistas adoptan esta actitud. Creen que Dios inculcará en sus mentes el entendimiento correcto sin que ellos estudien la Biblia. También creen que Dios se apoderará de sus vidas, dirigiéndolos de manera que actuarán correctamente sin que ellos hagan un esfuerzo particular. Algunas personas hasta creen que Dios determina nuestra conducta y destino, haciendo caso omiso de nuestro libre albedrío. Un examen de la Biblia demostrará rápidamente que tales ideas son falsas.
Nuestro libre albedrío
Consideremos el ejemplo de Faraón, quien reinaba sobre Egipto cuando los israelitas eran esclavos en aquel país. Dios dijo a Moisés que El endurecería el corazón de Faraón para que Dios tuviera la oportunidad de demostrar a los egipcios que El era el Dios verdadero (Éxodo 7.3-5). Pero durante todas las señales y plagas, Dios actuó directamente sobre Faraón sólo unas cuantas veces. Faraón mismo eligió libremente menospreciar al Dios de Israel. Su respuesta a la primera petición de Moisés fue:
«¿Quién es Jehová, para que yo oiga su voz y deje ir a Israel? Yo no conozco a Jehová, ni tampoco dejaré ir a Israel» (Éxodo 5.2).
Además, tan pronto como las plagas de las ranas y las moscas finalizaron, Faraón «endureció su corazón» (Éxodo 8.15, 32). Aun después, «viendo Faraón que la lluvia había cesado, y el granizo y los truenos, se obstinó en pecar, y endurecieron su corazón él y sus siervos» (Éxodo 9.34). Cuando Dios actuó directamente sobre el corazón de Faraón, sólo fue para intensificar la dureza ya existente. Este hombre había elegido desafiar a Dios de su propia voluntad.
Faraón eligió desafiar a Dios, como también lo hicieron los dirigentes religiosos en los días de Jesucristo:
«Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él» (Juan 12.37).
Se les había proporcionado pruebas contundentes de que Jesús era el Cristo, pero se habían negado a aceptarlo. Dios no estaba anulando su libre albedrío cuando «cegó los ojos de ellos.»
Dios tampoco se sobrepuso al libre albedrío de Lidia cuando abrió su corazón. Ella ya era una persona que «adoraba a Dios» y habitualmente frecuentaba el lugar «donde solía hacerse la oración» (Hechos 16.13, 14). El principio bíblico es muy claro;
«Jehová estará con vosotros, si vosotros estuviereis con él; y si le buscareis, será hallado de vosotros; mas si le dejareis, él también os dejará» (2 Crónicas 15.2).
Nosotros gozamos de voluntad propia, y somos nosotros quienes decidimos si serviremos a Dios o le desobedeceremos. El no nos obligará a hacer ninguna de las dos cosas.
Nuestro propio esfuerzo
La Biblia también dice claramente que la ayuda de Dios no hace innecesario nuestro propio esfuerzo. La Biblia está repleta de exhortaciones para que nos esforcemos con todo ahínco para aprender la palabra de Dios y guardarla. Leamos los versículos siguientes y fijémonos en el esfuerzo que Dios quiere que hagamos:
«Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.» (Deuteronomio 6.5-7)
Aquí había una poderosa exhortación a todos los israelitas para que se esforzaran diligentemente cada día. Tenían que amar a Dios con todas sus «fuerzas» y debían de hablar constantemente de Su palabra. El esfuerzo personal de ellos era esencial para recibir la bendición de Dios:
«Pero esforzaos vosotros, y no desfallezcan vuestras manos, pues hay recompensa para vuestra obra.» (2 Crónicas 15.7)
El Señor Jesucristo habló con igual énfasis:
«Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá» (Mateo 7.7)»Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9.23).
Tenemos que pedir, buscar y llamar; tenemos que tomar cada día la cruz, negándonos a nosotros mismos, para recibir las bendiciones de Dios.
El apóstol Pablo sabía esto; sabía que aunque Dios lo ayudaría, tenía que hacer su mejor esfuerzo personal:
«Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado» (1 Corintios 9.26, 27).
No debemos suponer que Dios hará para nosotros lo que nosotros mismos podemos hacer, dedicando nuestro propio tiempo y esfuerzo a ello. Es verdad que no todos tenemos la misma cantidad de tiempo ni el mismo nivel de educación, y Dios no espera que hagamos lo que está más allá de nuestra capacidad. Pero El sí espera que usemos nuestro tiempo y capacidad para leer y aprender Su palabra. También espera que nos esforcemos poderosamente para obedecer sus mandamientos en nuestro diario vivir. El sabe que necesitamos su ayuda en este esfuerzo, y la dará; pero la dará solamente si nosotros deseamos la ayuda, se la pedimos y nos esforzamos nosotros mismos al máximo.
Cómo Dios nos ayuda hoy en día
Con sólo habernos dado la Biblia, Dios ya nos ayudó grandemente. «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios ser perfecto, enteramente preparado para toda buena obra» (2 Timoteo 3.16, 17). Si nosotros somos personas temerosas de Dios, acogeremos la palabra que él nos ha dado y meditaremos diariamente en ella, porque nos instruye cómo vivir rectamente.
El mismo principio se expresa en los siguientes salmos:
«Por la palabra de tus labios yo me he guardado de las sendas de los violentos» (Salmos 17.4); «La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma» (Salmos 19.7)
«En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti» (Salmos 119.11).
Cuando la Biblia transforma nuestra mente, esto no es producto de las acciones del hombre sino de las de Dios. Por medio de su palabra, Dios cambia nuestra mente y conducta; por medio del poder de su revelación, él llena nuestra vida con esperanza, amor, paz e integridad.
Es muy importante que reconozcamos esto. La palabra de Dios nos instruye en lo que es correcto pero también hace más que eso. Las ideas son presentadas y los ejemplos son escogidos de manera que tengan un poderoso impacto sobre nuestra mente. A más de esto, cuanto más meditemos en ella y nos esforcemos para vivir de acuerdo a ella, tanto mejor entenderemos lo que la Biblia está tratando de decirnos:
«Más que todos mis enseñadores he entendido, porque tus testimonios son mi meditación. Más que los viejos he entendido, porque he guardado tus mandamientos» (Salmos 119.99, 100).
El leer y meditar sobre la Biblia nos ayuda a entenderla. Y entonces, dice el salmista, si obedecemos a Dios, esta obediencia nos ayudará a profundizar nuestro entendimiento de la palabra de Dios. Un entendimiento más profundo debería ayudarnos a obedecer más completamente, lo cual a su vez conduce a un entendimiento aún más profundo y a una obediencia aún más perfecta.
¡Qué proceso más maravilloso se inicia en nuestras vidas! Todos conocemos a personas cuyas vidas se vienen abajo mientras se hunden en problemas y pecados. Pero el proceso mencionado arriba es un ciclo ascendente en el que podemos entrar mientras Dios convierte nuestra mente y corazón por medio de su palabra.
La Biblia es esencial hoy día
Es particularmente importante que nos demos cuenta de que Dios obra por medio de su palabra. Una vez terminada la Biblia, Dios había entregado a sus siervos «lo perfecto» (1 Corintios 13.10). Ya no hablaría por medio de sus profetas inspirados como antes se había dirigido al pueblo de Israel. Ya no proveería los dones del Espíritu Santo que antes había dado a la iglesia del Nuevo Testamento. Ahora Dios nos ha dado la plena revelación de su propósito y principios, y esta revelación está contenida en la Biblia.
Es más ventajoso tener la Biblia que oír ocasionalmente la palabra de un profeta inspirado, porque incluso los profetas mismos no entendían los pormenores del evangelio tal como han sido escritos para nosotros (1 Pedro 1.10-12). Y la Biblia completa es más ventajosa que la posesión de los dones del Espíritu, porque ahora cada creyente puede comprender el mensaje completo de Dios, encontrándolo en esta revelación única y completa (1 Corintios 13.9-12).
La Biblia abre nuestro entendimiento
El hecho de llegar a entender la palabra de Dios se describe en la Biblia como la obra del Señor abriendo nuestra mente o entendimiento. El día de su resurrección, el Señor Jesús habló largamente con dos de sus discípulos, «y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían.» Más tarde, los dos hombres se regocijaron de que Jesús les hubiera abierto las Escrituras (Lucas 24.27, 32). No se regocijaban de que él hubiera abierto una Biblia en presencia de ellos, sino de que ahora podían comprender el propósito de Dios con respecto al Cristo.
Esa misma noche, Jesús se reunió con otros de sus fieles seguidores, repitiendo la exposición que había impartido anteriormente. Leemos en la Biblia que «entonces les abrió el entendimiento, para que comprendiesen las Escrituras» (Lucas 24.45). Jesús no abrió el entendimiento de ellos implantando el conocimiento en sus mentes en forma milagrosa, sino explicándoles el propósito de Dios respecto a su muerte y resurrección, y diciéndoles que el evangelio sería predicado tanto a gentiles como judíos (Lucas 24.44-47).
Cuando leemos la exposición de estos mismos temas en el Nuevo Testamento, el Señor está abriendo nuestro entendimiento tan seguramente como abrió el de los apóstoles. Puede que opinemos que era más fácil para ellos que para nosotros, porque tenían al Señor mismo que les hacía la explicación. Pero en realidad fue más difícil para ellos. A pesar de las explicaciones de Cristo, el apóstol Pedro tardó muchos años en comprender que los gentiles serían recibidos en la iglesia de la misma manera que los judíos (Hechos capítulo 10). Nosotros no tenemos ningún problema con esta cuestión porque tenemos la Biblia completa, la cual la aclara muy bien. Así, Dios abre nuestro entendimiento por medio de su palabra.
Uno de los métodos más comunes que Dios emplea para mejorar nuestro entendimiento y atributos morales es el control de las circunstancias de nuestras vidas. Por ejemplo, el apóstol Pablo sufrió una enfermedad crónica que sirvió para desarrollar en él la humildad. Cuando oró a Dios para que le sanara, se le dijo que la aflicción era para su propio beneficio espiritual.
David comentó sobre el beneficio de las aflicciones en su vida, diciendo:
«Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra . . . Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos» (Salmos 119.67, 71).
Muchos de nosotros sabemos que cuando todo anda bien en nuestras vidas, nos olvidamos de Dios y su palabra. Luego, cuando sufrimos una enfermedad o un accidente, pensamos mucho en él, pidiéndole su ayuda y buscando humildemente cómo servirle mejor. Dios bien sabe cómo nosotros reaccionamos y ocupa las circunstancias de nuestras vidas para impulsarnos en el sentido correcto. Se nos dice:
«Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo . . . Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados» (Hebreos 12.5, 6, 11).
Las disciplina que recibimos no nos beneficia automáticamente, porque como la Escritura lo enfatiza, tenemos que ser «ejercitados en ella.» Pero Dios frecuentemente emplea este método para moldear nuestra manera de pensar.
La disciplina no es la única circunstancia que Dios ocupa para formar el carácter de los seres humanos. Cuando Josué sustituyó a Moisés como líder de Israel, Dios quería que el pueblo lo respetara. Para ayudar a lograr este objetivo, Dios hizo que las aguas del río Jordán dejaran de correr, así como había hecho dividirse las aguas del Mar Rojo por el mandamiento de Moisés. La Biblia dice:
«Entonces Jehová dijo a Josué: Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel . . . En aquel día Jehová engrandeció a Josué a los ojos de todo Israel; y le temieron, como habían temido a Moisés, todos los días de su vida» (Josué 3.7; 4.14).
Dios podría haber inculcado respeto por Josué directamente en las mentes de los israelitas, pero rara vez obra de esa manera. La mayor parte del tiempo obra por medio de la manipulación de las circunstancias para lograr su propósito.
Existen en la Biblia numerosos ejemplos de Dios obrando de esta manera. David venía con una banda armada de 400 hombres para eliminar toda la casa de Nabal, porque éste había profundamente insultado a David. Dios podría haber infundido ideas rectas directamente en la mente de David, haciéndolo desistir de vengarse por su propia mano. En vez de emplear este método directo, Dios hizo que la mujer de Nabal interceptara a David y le hablara apaciblemente. En estas circunstancias, David se dio cuenta de su pecado y suspendió el ataque.
David se dio cuenta de que la mano de Dios estaba guiando este incidente: «Y dijo David a Abigaíl: Bendito sea Jehová Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontrases . . . Porque vive Jehová Dios de Israel que me ha defendido de hacerte mal» (1 Samuel 25.32, 34). Aunque Dios no influyó directamente en el pensar de David, arregló las circunstancias para impedir que cometiera pecado.
Por supuesto, David podría haber reaccionado de otra manera. Tenía que tomar la decisión correcta por el ejercicio de su propio libre albedrío. A más de esto, al reconocer su error inicial, David ejerció su humildad y paciencia, ayudándole a desarrollar estos apacibles atributos del justo.
Al meditar en la manera en que Dios obra por medio de su palabra y la manipulación de las circunstancias, podemos comprender por qué él ocupa estos métodos y rara vez actúa directamente sobre los pensamientos y emociones de la persona. Dios desea que hagamos un esfuerzo propio para servirlo y desea que lo sirvamos porque nosotros mismos lo hemos decidido de nuestra propia voluntad. Al obrar en esta manera, Dios nos ayuda y nos guía, pero esto no elimina la necesidad de que nosotros hagamos nuestra parte.
La Biblia rara vez se refiere a este fenómeno. Por supuesto, los profetas fueron inspirados directamente por el Espíritu Santo para hablar la palabra de Dios, y dones especiales del Espíritu Santo fueron otorgados en los días de los apóstoles. Pero aparte de estas dos situaciones, hay poca evidencia de que Dios suele actuar directamente sobre la mente de las personas.
Así como es el caso con cualquier otro tema bíblico, podemos entender mal algunos versículos si no leemos la Biblia con cuidado y no reconocemos el pleno contexto de las afirmaciones de ella.
2 Tesalonicenses 2.11
Por ejemplo, este versículo se lee como si Dios obligara a las personas a que creyeran una mentira, haciendo caso omiso de la voluntad de ellos: «Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira.» Sin embargo, al leer el pasaje cuidadosamente, veremos que las personas aludidas ya habían rechazado a Dios y que El provocó ciertos acontecimientos que reforzaron la elección que ellos habían hecho por su propia voluntad. Estas son personas que «no recibieron el amor de la verdad» y «no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia» (versículos 10 y 12). Las circunstancias que reforzaron su rechazo de la verdad fueron el «gran poder y señales y prodigios mentirosos» que fueron realizados por un sistema religioso falso. Dios hizo milagros aparentes, los cuales parecían confirmar que las falsas enseñanzas eran correctas, dentro de la religión de aquellos que se oponían a El.
Al meditar en las acciones de Dios, acordémonos de que él ocasionalmente ponía a prueba la fe del pueblo de Israel, permitiendo que falsos profetas hicieran predicciones acertadas (Deuteronomio 13.1-5). Toda religión debe ser puesta a prueba, comparando sus enseñanzas con las de la Biblia, sin importar cuáles señales y milagros hayan sido hechos en su nombre. A veces Dios provoca deliberadamente ciertas circunstancias que hacen parecer que lo falso es verdadero para aquellos que se niegan a escudriñar su palabra y prefieren creer en la injusticia.
Juan 12.39, 40
Según estos versículos, Dios parece ser muy injusto para con los dirigentes religiosos en Jerusalén: «Por esto no podían creer, porque también dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane.» Pero al examinar toda la situación, descubrimos que esta gente se había negado a creer a pesar del gran esfuerzo hecho por Jesús para convencerlos. Después de que trataron de apedrearlo por sanar a un hombre y decirles la verdad, él aclaró las cosas que ellos habían entendido mal «para que vosotros seáis salvos» (Juan 5.34). Más tarde, una vez más en Jerusalén, frente a una hostilidad violenta, Jesús persistió en tratar de persuadir a estos líderes religiosos a que creyeran en él: «Aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre» (Juan 10.38). Y Juan 12.37 dice: «Pero a pesar de que había hecho tantas señales delante de ellos, no creían en él.»
Los judíos a quienes Dios cegó el entendimiento no eran personas que querían entender la verdad, sino personas que deliberadamente se habían negado a creer, a pesar de las pacientes explicaciones de Jesús y la evidencia arrolladora que él les había presentado. Dios sólo actuó para reforzar su rechazo de Jesús. ¿Cómo lo hizo? Al leer el evangelio de Juan, vemos un patrón consistente: las circunstancias del ministerio público de Jesús en Jerusalén no fueron las que los dirigentes de los judíos esperaban. Veamos unos ejemplos: En Juan 2.13-16, Jesús atacó directamente la forma en que los dirigentes administraban el recinto del templo; en Juan 2.18-20, les dio una señal de su autoridad que los confundió en lugar de convencerlos; en Juan 3.1-10, Jesús reprendió a un dirigente de los judíos que había sido enviado para hacer las paces con él; en Juan 5.8-12, Jesús deliberadamente contravino la interpretación tradicional de la ley del día de reposo, provocando tanto enojo que los judíos intentaron matarlo; en Juan 8.42-44, Jesús los acusó públicamente de ser pecadores. Dios no tuvo ninguna necesidad de actuar directamente sobre la mente de esta gente; las acciones de Jesús, dirigidas por Dios, bastaron para cegar los ojos y endurecer el corazón de un pueblo que ya estaba resuelto a rechazar a un mesías que no satisfacía la expectativa de ellos. Es obvio que Dios cegó los ojos de ellos arreglando las circunstancias del ministerio de Jesús.Hechos 16.14
Este incidente reúne todos los elementos que ya hemos considerado. Tal como se mencionó anteriormente, Lidia había elegido servir a Dios de su propia voluntad, y hacía bien al reunirse con otras mujeres temerosas de Dios (Hechos 16.13, 14). Su libre elección y su propio esfuerzo fueron fortalecidos por la palabra de Dios, la cual estaba contenida en la predicación de Pablo y los que lo acompañaban: «Y sentándonos, hablamos a las mujeres que se habían reunido . . . y el Señor abrió el corazón de ella para que estuviese atenta a lo que Pablo decía.» (Hechos 16.13, 14).
Finalmente, Dios había tenido que proporcionar una situación favorable para que Lidia aprendiera el evangelio. Ella era de la ciudad de Tiatira, en Asia, pero había salido a Filipos, en Macedonia, en un viaje de negocios (Hechos 16.14; Apocalipsis 1.11). Una visión divina había desviado a Pablo de Asia hacia Macedonia (Hechos 16.6-10). Al comenzar a predicar en una región nueva, Pablo normalmente se dirigía a una ciudad donde había una sinagoga judía e iniciaba su predicación en la sinagoga en el día de reposo (Hechos 17.1, 2), pero por alguna razón rompió este patrón en Macedonia, comenzando su predicación en una ciudad que no tenía sinagoga. Estas circunstancias se combinaron de manera que Pablo entrara en contacto con Lidia.
Ahora, puede que Dios haya proporcionado a Lidia ayuda directa para que superara algún problema particular con su entendimiento del evangelio. Después de todo, ella era una acomodada mujer de negocios, y tales personas no se comprometen con frecuencia a una vida de servicio a Dios (Lucas 18.24, 25). Pero si Dios le proporcionó una ayuda especial, lo hizo en armonía con el libre albedrío de Lidia y sus propias acciones. Además, Dios usó sus métodos normales de la Palabra y las circunstancias para influenciar el pensar de ella. No hay nada en este incidente que nos haga suponer que podemos descansar mientras Dios hace todo para nosotros. Si lo buscamos, lo hallaremos, y si llamamos, se nos abrirá, pero nosotros tenemos que hacer la parte que nos corresponde, porque de otro modo Dios no nos ayudará.
1 Samuel 10: Dios cambia una mente
Existe un ejemplo bíblico en el que Dios influyó temporalmente en la mente de un hombre para inspirar en él una manera de pensar correcta. Cuando Saúl fue escogido para ser el primer rey de Israel, se dice: «Entonces el Espíritu de Dios vendrá sobre ti con poder . . . y serás mudado en otro hombre . . . Aconteció luego que . . . le mudó Dios su corazón.» (1 Samuel 10.6, 9). Este cambio fue solamente temporal, y más tarde, Saúl fue rechazado por actuar neciamente, desafiando abiertamente el mandamiento de Jehová (1 Samuel 13.13).
El caso de Saúl era muy especial. Se trataba de un hombre muy mal adaptado para ser el primer rey humano en la historia de Israel. En su gracia, Dios le dio toda oportunidad para comprender la verdad y dedicarse a servir a Jehová. Pero aun en este caso, cualquier cambio efectuado por la acción directa de Dios en su mente fue solamente pasajero, y no interfirió por mucho tiempo con el libre albedrío de ese hombre.
Dios sí nos ayuda
Cualquiera que sea la manera en que Dios elija ayudarnos, la gran seguridad que la Biblia nos da es que él lo hará si deseamos que lo haga y le servimos fielmente. El nos dará pruebas para que seamos perfeccionados por ellas, pero tendrá cuidado para que no seamos probados más de los que podemos soportar (1 Corintios 10.13).
Dios sabe que a veces somos agobiados por las dificultades de la vida a tal grado que no sabemos qué hacer, así que ha prometido darnos sabiduría si la pedimos: «Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada» (Santiago 1.5, 6).
La manera en que Dios normalmente contesta tal oración es por medio de la manipulación de las circunstancias de nuestra vida, o por el consejo de alguna otra persona, o por la meditación en Su palabra; estos métodos de operación divina permiten el ejercicio de nuestro libre albedrío y de nuestro propio esfuerzo. Sin embargo, puede que alguna vez actúe directamente sobre nuestra mente; pero según la evidencia bíblica que hemos considerado, esto sólo ocurrirá en circunstancias muy poco comunes. Lo importante es el hecho de que él sí nos dará ayuda, siempre que se la pidamos con fe y no tratemos de servir al mismo tiempo a Dios y a nuestra carne (Santiago 1.6-8).
La gran seguridad
«Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros . . . Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida» (Romanos 5.8, 10).
Tenemos una confianza particular en ser salvos por la vida de Cristo porque él es un mediador compasivo: «No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4.15, 16). Jesucristo está vivo, y es poderoso y compasivo. Dios lo ha provisto y preparado para que sea nuestro redentor y salvador.
Pensando en estas cosas, nuestros corazones se maravillan del amor de Dios para con nosotros. En los días del Nuevo Testamento, los dones del Espíritu Santo eran una garantía a los discípulos de que Dios los amaba y quería que fueran salvos, para que pudieran regocijarse
«porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Romanos 5.5; ver también 1 Juan 3.24).
Hoy día tenemos el mismo gozo y la misma seguridad porque tenemos la Biblia completa, escrita por hombres santos que fueron inspirados por el Espíritu Santo.
Dios ha hecho su parte y seguirá haciéndola. Nuestra principal preocupación debe ser que hagamos la nuestra, porque
«Jehová estará con vosotros, si vosotros estuviereis con él; y si le buscareis, será hallado de vosotros; mas si le dejareis, él también os dejará . . . Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano» (2 Crónicas 15.2; 1 Corintios 15.58).
~ Donald Styles